El poeta pintor

TELEMACO SIGNORINI

Figura de los Macchiaioli expuestos en Mapfre

El castillo Pasquini domina hoy los altos de Castiglioncello, un precioso pueblo junto al Tirreno, de origen etrusco, que fue el punto de encuentro de los macchiaioli. Esos pintores, mayormente florentinos, gozaron, en los años 60 del siglo XIX, de la amistad y del mecenazgo de Diego Martelli, crítico de arte, que poseía una heredad donde ahora se pavonea el castillo. En ella se alojaron durante largas temporadas aquellos artistas, captando la soleada luz de un poblado de pescadores y agricultores. Martelli –retratado por varios de ellos, según se puede ver en Mapfre– murió en 1896, y dos años después se destruyó su propiedad para edificar el imponente castillo, promovido por un rico y culto barón, quien también convirtió buena parte del terreno agrícola en hermosos jardines. En memoria de Martelli, se ha construido un centro de arte en las inmediaciones del castillo Pasquini, que alberga las pinturas de los macchiaioli.

Les llamaron así en 1862, en mal plan, por su modo de pintar a manchas o con manchas (macchia, en italiano), a base de superficies amplias de color homogéneo contrastadas con el juego nítido –a veces casi geométrico– entre lo claro y lo oscuro, lo cual, no obstante, y como podemos comprobar visitando la exposición, no se corresponde con la totalidad de su obra, con la evolución de cada uno y, todavía menos, con las diferencias entre ellos.

El visitante de la exposición es recibido por un cuadro espléndido de Telemaco Signorini, pintado en 1864 y titulado algo así como Escena de arrastre o, también, La sirga, de formato apaisado –como tantas de las obras de estos artistas–, en el que, a la derecha, cinco hombres arrastran, cabizbajos y vencidos por el esfuerzo una embarcación –digo yo– que no se ve, mientras, a la izquierda, un estilizado hombre de aspecto burgués permanece solemnemente aislado, erguido e indiferente, bajo un inmenso cielo azul, tomando la mano de una acicalada niña.

Tal vez no fue Signorini el mejor pintor de los macchiaioli. Ese honor indiscernible, opinable, se lo pueden muy bien disputar Silvestro Lega –con sus plácidos retratos de mujeres tranquilas– y, sobre todo, Giovanni Fattori, cuyo lienzo El centinela (1874) –tres soldados a caballo haciendo guardia junto a la enorme mancha de un desnudo muro– es una de las joyas de la exposición. Fattori fue el pintor más comprometido con los episodios bélicos del Risorgimento.

Pero Telemaco Signorini (1835-1901) fue el principal agitador y teórico del grupo. Nacido en Florencia, hijo de un pintor de la corte del Gran Duque de Toscana, Signorini quiso ser escritor antes que pintor y, de hecho, escribió poemas y multitud de textos críticos y programáticos. Con Martelli fundó y animó dos publicaciones periódicas que alentaron las ideas de los macchiaioli e, igualmente, escribió un libro memorialístico, Caricaturisti e caricaturati al Caffé Michelangiolo (1893), que recoge el ambiente de discusiones y celebraciones del bullicioso café de Florencia que congregó y aglutinó a estos artistas a partir de 1848.

En esas briosas y festivas charlas de café, los macchiaioli forjaron dos objetivos de muy distinto signo: despegarse de la pintura académica, neoclásica o romántica, de sus mayores y contribuir como ciudadanos al movimiento en pro de la unidad italiana, lo que supuso para varios de ellos –incluido Signorini– entrar en combate contra el dominador austriaco, experiencia que, como se puede ver en Mapfre, reflejaron en sus lienzos.

Pintaban al aire libre –con el acento puesto en las tareas de los campesinos–, intentando captar la realidad del momento sin ser decididamente realistas, sino acogiéndose a una cierta evanescencia poética. Se les compara con los impresionistas franceses por ello, incluso se les señala como predecesores, pero, a mi juicio, tal comparación induce a la confusión y al desconcierto. Y, además, no salen bien librados de ella. Los impresionistas franceses –que Signorini conoció luego en sus viajes a París– son manifiestamente superiores. Además, el aficionado o enterado corriente va a querer buscar en sus obras las pinceladas sueltas y matéricas y los abundantes colores de los impresionistas y –salvo excepciones– no los va a encontrar. Aparecen en obras más tardías y, entonces, los italianos son muy inferiores a los franceses.

La luz toscana –y la excelente iluminación, por cierto, de los cuadros– cautiva a los espectadores de la exposición, pero tanto el amplio arco de tiempo como la variedad de lo expuesto, acaba por producir una sensación de falta de personalidad, de identidad. Los macchiaioli fueron un fenómeno local, regional si se quiere, notable en un siglo XIX muy mediocre para la pintura italiana. Desde el esplendor del Renacimiento –y antes, claro– y del Barroco, la pintura italiana conoció el apogeo de los vedutistas venecianos del XVIII –Signorini vivió un año en Venecia–, pero luego entró en una larga atonía decimonónica –años muy convulsos en su historia política– de la que no salió, al escaparate europeo, hasta la llegada de los futuristas y metafísicos, de los Giorgio de Chirico, Carlo Carrá y Giorgio Morandi, perfectamente anticipado, por ejemplo, en un cuadro que podemos ver de Giovanni Fattori, La torre roja (1875).

Telemaco Signorini fue también protagonista de un segundo período de los macchiaioli en Piagentina, junto a Florencia. Ahí, algunos pintores del grupo aburguesaron su pintura, la acomodaron a los intereses estéticos y decorativos de la burguesía llamada a liderar la nueva Italia que se iba forjando no sin dificultades y sobresaltos. Signorini mantuvo su temperamento inquieto, viajando por todo el país y también por el extranjero, particularmente por Inglaterra y Escocia. Y por Francia. Su pintura se oscureció y contempló crudas realidades sociales como las locas –o agitadas– recluidas en un hospital psiquiátrico o los presos obligados a trabajos forzados. También se abrió a las novedades de la fotografía.

Telemaco Signorini, como muchos de sus colegas, no hizo dinero con la pintura. Vivió sus últimos años como profesor del Instituto de Bellas Artes de Florencia, donde murió en febrero de 1901.